Como veis últimamente estoy intentando hacer artículos que
transmitan fuerza y energía. El motivo de esto es que veo que últimamente, más
que nunca, hay mucho desencanto. No soy psicóloga ni pretendo serlo, pero si pretendo
poder ayudaros con reflexiones y pequeños ejercicios que podéis hacer para
sentiros mejor y ver las cosas desde
otro punto de vista.
Ayer la entrada del artículo fue; deja que el agua fluya; no condiciones tu vida, no te pongas límites.
Hoy quiero centrarme en no ponernos
límites. Los límites como dije ayer, son necesarios pero en su justa
medida.
Los límites nos sirven para saber hasta dónde llega la
barrera de lo correcto, son la fina línea que separa lo normal (equilibrado) de
lo excesivo. Por ello son necesarios. Pero, ¿qué ocurre cuando nos auto ponemos nuestros límites dónde no deberían
estar? Que cerramos puertas que se abren en nuestro camino. Tapiamos
posibles desviaciones o salidas que, como si de una autopista se tratase, nos
condicionan el camino días tras día y momento tras momento.
Imaginemos esa autopista totalmente en línea recta. A
nuestros lados grandes campos verdes bajo el Sol de un atardecer de primavera.
El clima es perfecto pero no lo podemos apreciar, al igual que los campos
verdes, por qué no podemos dejar de mirar hacia delante. Si el camino es
agradable, nos hace felices y estamos cómodos, no debemos preocuparnos por la dirección
que tomemos porque si estamos felices y a gusto, estamos en el camino correcto.
Podemos permitirnos el lujo de mirar por la ventana, contemplar el paisaje e
incluso bajar la ventanilla de nuestra vida y dejar que el aire entre por ella.
En cambio cuando el camino se nos hace
interminable, estamos completamente obsesionados con ver el final en el horizonte
de esa autopista, sin ver que a nuestro alrededor tenemos mil millones de
posibilidades.
Os quiero dar a entender que los límites condicionan nuestra forma de ver las cosas y nuestro
camino. Condicionan nuestros sueños, nuestros sentimientos, nuestra vida.
foto Google |
Los límites deben ponerse precisamente en nosotros mismos, pero no para ahogarnos o encarcelarnos. Pensemos un momento, paremos ese coche que somos nosotros mismos, estacionemos un solo minuto. Miremos alrededor, respiremos. ¿Qué condiciona nuestros límites? ¿Una hipoteca? ¿Un préstamo? ¿Una cárcel que nosotros mismos hemos creado? ¿Una enfermedad? Analicemos bien que es lo que nos impide quitar esos límites.
Cuando llevamos a cabo una decisión, no siempre acertamos; “si en ese momento hubiera sabido que esto
iba a ser así…” “Si hubiera pensado
antes…”
Estos pensamientos, son límites. Precisamente cuando tomamos una decisión, la tomamos porque creemos que
en ese momento puede ser lo mejor o es una opción. Y la tomamos sin saber lo
que pasará, por que saber lo que pasará implicaría no tener que tomar ninguna
decisión, porque ya se tiene una certeza. Tomar una decisión es de
valientes. Siempre lo es. Entonces, cuando ya hemos analizado los condicionantes de
nuestros límites, ¿qué hacemos? No podemos hacer nada, ¿o sí?
Una cosa son nuestras situaciones, es decir, lo externo que
dejamos que condicione nuestro camino. Otra cosa son las barreras, las que
nosotros nos ponemos. ¿Qué hubiera
ocurrido si esa persona que paga mil euros de hipoteca y le han recortado el
sueldo, no la hubiera firmado? ¿Sería más feliz? Probablemente esa persona
crea que sí, pero en ese momento creyó que era lo mejor para su vida. Así que
no es que ahora fuera más o menos feliz, ahora simplemente su situación sería
diferente. Pero esa “hipoteca, relación, elección…” son factores externos.
Debemos tener claro que lo externo, pocas veces se puede cambiar. Pero si
podemos hacer que no condicione nuestro camino, nuestra vida.
Con esto no quiero
decir que no nos afecte nuestra economía o nuestras situaciones personales, con
esto os quiero dar a entender que dentro de nuestra esencia, solo podemos estar
nosotros mismos. En nuestro interior no caben números ni bancos. Caben acciones,
decisiones, pensamientos, sentimientos…
Día tras día, intentemos quitarnos esos límites. Liberemos
nuestro camino de “preocupaciones después
de haber cumplido con nuestro horario” de “angustias gratuitas” o de “remordimientos
vanos de cosas que fueron o pudieron ser y ni fueron ni son” en fin,
liberemos nuestro yo más profundo, el que nos conduce. Echemos el freno cuando
sea necesario y aceleremos cuando el camino lo requiera. Disfrutemos de lo bueno que tenemos, de esa amistad, de esa mascota, de
ese momento del día en el que no pensamos y nos relajamos. A esos momentos
los suelo llamar “el último momento antes
de ser consciente de que te estás quedando dormido”. Es ese momento único, en el que estamos
estables, en el que nuestra mente se libera.
foto Google |
La mejor forma de
vencer las dificultades es atacándolas con una magnífica sonrisa. (Robert Baden
Powell)
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