Muchas veces a lo largo de nuestra vida, nos enfadamos con aquellos que nos han
hecho algún tipo de daño. Tanto nos enfadamos que, sin saber que eso nos
destruye, nunca olvidamos su traición o el dolor que nos afligieron.
Antes de todo os debo decir que hay cosas que no se pueden perdonar, de eso debemos ser conscientes.
Hay cosas realmente graves que no pueden tener ningún perdón, pero en cambio hay otras que si sabemos cómo
afrontar, podemos aceptar, superar, perdonar y olvidar.
Todo empieza por la
primera fase; aceptar. Esta fase es la más difícil y la que más tiempo nos
puede llevar. Aceptar implica precisamente, aceptar las cosas que no podemos cambiar. Cuando algo nos ha herido
o nos hiere y sabemos que no podemos por nuestra propia cuenta cambiar esa
situación, solo nos queda aceptarlo.
Para ello deberemos analizar en profundidad que parte de protagonismo hemos
tenido en esa “situación” y cuál es
nuestro nivel de responsabilidad. Partiendo de esa base, poco a poco, iremos
desflorando el problema y sabremos valorarlo desde un punto de vista más
general. Día tras día sabremos la respuesta y llegará un punto en el que las “aguas vuelvan a su cauce”. Es ahí donde
empezaremos a aceptar. Quiero dejaros claro que aceptar no tiene nada que ver con afligirse o conformarse. Aceptar
implica un nivel muy alto de sensatez y madurez frente a cosas que no vale la
pena seguir arrastrando por qué no se pueden cambiar y no depende de nosotros
su solución.
Seguimos, una vez superada y cerrada la primera fase, con la segunda; superar. Superar es más
llevadera puesto que ya hemos aceptado, aunque no por ello más sencilla. Esta
fase requiere por nuestra parte saber
que las cosas son como son. Es decir, ya
he aprendido a aceptar las cosas que no puedo cambiar y que son así, ahora lo
supero puesto que ya tengo ese conocimiento. Superar implicará algo menos
de tiempo aunque deberemos seguir trabajando poco a poco. Aquí no vale la
impaciencia puesto que no nos llevaría a nada. Debemos de mentalizarnos de que el tiempo es sabio y no por ir más rápido
se llega antes.
Una vez hayamos superado, viene la parte más profunda de todas; perdonar. El rencor es natural. El
rencor no es más que “me hicieron, me
fallaron, me traicionaron, me dañaron…” El rencor es la peor cadena que
podemos ponernos por qué la otra parte nunca se verá dañada pero en cambio
nosotros caeremos en el mal humor, la desesperación… En fin, perderemos el
tiempo. Solo se puede perdonar cuando se ha aceptado. Perdonaremos una vez
hayamos aceptado. Aquí quiero recalcar otra vez que hay cosas que no se pueden aceptar aunque se pueden saber llevar (este
ya es otro tema). Muchos pensaréis; hombre
un asesinato, maltrato etc. no se puede perdonar. Y yo os diré que tenéis
toda la razón y por ello son temas aparte y requieren de otras directrices.
Cuando os hablo de estas pautas me refiero
a cosas que nos han hecho daño en nuestro día a día (rupturas, engaños,
trabajo, familia…).
Llegamos al último punto y el más liberador de todos;
olvidar. Naturalmente tenemos memoria. Así que nos acordaremos de las cosas.
Este tipo de olvido es el que libera el
pensamiento. Libera la condena de estar constantemente pensando y
envenenándonos con aquello que nos hicieron. Una vez hayamos perdonado un camino nuevo se abrirá a nuestro paso y
podemos liberar nuestra mente, o mejor dicho desencadenarla. Podremos dejar
de envenenar nuestras noches y nuestros momentos de descanso para poder empezar
a pensar en positivo. Recordar que el positivismo es el arma más poderosa que
tenemos.
Trabajar poco a poco en estas cuatro fases y cambiar
vuestra energía.
¡Un saludo amigos!