Muchos de nosotros a lo largo de nuestra vida hemos
descubierto “cosas” que nos han
llevado a situaciones mejores, o como mínimo, a situaciones que nos han dado un
buen resultado. Probablemente no queríamos buscar nada y ni tan si quiera
hubiéramos imaginado llegar a poder querer tal situación, pero el caso es que
la encontramos. También podríamos catalogarla como un accidente afortunado o una revelación.
Hay muchas clases de
Serendipias, por ejemplo autores de
otras épocas a la nuestra han escrito sus obras imaginando lugares y modas que
resultaron ser igual décadas más tarde. Estos autores no buscaban adivinar
el futuro, simplemente escribir su novela.
La Serendipia nace de un cuento
tradicional persa, llamado “Los Tres
Príncipes Serendip”.
En el cuento
los tres protagonistas, príncipes de la isla Serendip (actual Sri Lanka) solucionan sus inconveniencias a través
de milagrosas casualidades.
Las
Serendipias volvieron a tener una gran fama gracias a la famosa película de Peter Chelsom, Serendipity, protagonizada por John
Cusack.
Las serendipias más famosas de la historia
A mediados del siglo XIX, se intentó buscar un material para
sustituir el marfil de las bolas de billar.
En 1870, John Wesley Hyatt, un
inventor de Nueva Jersey, estaba prensando una mezcla de serrín y papel con
cola, porque creía que así conseguiría el nuevo material. Pero se cortó un
dedo, y fue a su botiquín. Sin querer, volcó un frasco de colodión (nitrato de
celulosa disuelto en éter y alcohol). Esto provocó que quedara en su estantería
una capa de nitrocelulosa. Al verla, Hyatt se dio cuenta de que este compuesto
uniría mejor su mezcla de serrín y papel, en lugar de la cola. De este modo se
inventó el celuloide.
En 1922, Alexander
Fleming estaba analizando un cultivo de bacterias, cuando se le contaminó
una placa de bacterias con un hongo. Más tarde descubriría que alrededor de ese
hongo no crecían las bacterias e imaginó que ahí había algo que las mataba.
Aunque él no fue capaz de aislarla, ese episodio dio inicio al descubrimiento de la penicilina.
Las famosísimas notas
post-it surgieron tras un olvido de un operario, que no añadió un
componente de un pegamento en la fábrica de 3M. Toda la partida de pegamento se
apartó y guardó, pues era demasiado valioso como para tirarlo aunque apenas
tenía poder adhesivo. Uno de los ingenieros de la empresa, hombre devoto,
estaba harto de meter papelitos en su libro de salmos para marcar las canciones
cuando iba a la iglesia. Los papelitos no hacían más que caerse. Pensó que
sería ideal tener hojas con un poco de pegamento que no fuera demasiado fuerte
y que resistiera ser pegado y despegado muchas veces. La vieja partida de
pegamento malogrado acudió a su mente. Habían nacido las notas post-it.
En el libro Futility, or the Wreck of the Titan cuyo autor es Morgan Robertson, de él hablamos en otra entrada de Los Hilos de Plata, se narra el naufragio de un barco llamado Titan. Dicho libro fue escrito en 1898, 14 años antes del naufragio del Titanic, y las coincidencias son asombrosas. De entrada, el nombre de ambos barcos, Titán y Titanic, el hecho de hundirse ambos en su viaje inaugural, de haber chocado con un iceberg, de mencionar un mar muy tranquilo como un espejo, cercano a la isla de Terranova. Sus dimensiones similares (75000 toneladas y 66000, 243 metros de eslora y 268) o el apellido del capitán en ambos casos (Smith), el tener pocos botes salvavidas y la cantidad de personas fallecidas, muchas de ellas multimillonarios.
En 1838, Edgar Allan Poe escribió la que sería su única novela completa, La narración de Arthur Gordon Pym. En ella, cuatro personas acaban en una barca sin alimentos ni bebida después de naufragar. El más joven, un grumete llamado Richard Parker, propone que uno de ellos sea asesinado y sirva de alimento a los demás, lo que le toca a él después de echarlo a suertes por la ley del mar. Cuarenta y seis años después, en 1884, el navío inglés Mignonette, construido en 1867, naufraga con sus cuatro tripulantes a bordo. Durante cerca de veinte días quedan a la deriva en un bote salvavidas sin agua ni provisiones hasta que uno de ellos entra en coma, aparentemente por haber bebido agua salada. Entonces deciden darle muerte para comérselo y tener así la posibilidad de sobrevivir. El cuerpo del infausto, un grumete de 17 años llamado Richard Parker, alimentó a los tres restantes hasta que fueron rescatados unos días más tarde. El caso fue muy seguido por la prensa de la época y sentó un precedente criminal del derecho anglosajón en las cortes de justicia, ya que no había mediado sorteo previo.
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